En forma sucesiva y sin ningún tipo de intervalo, sin cortar
su recto rumbo cae la gota, infinita y transparente, como un haz de luz que
entra por la ventana en las mañanas de otoño. Las características de este rayo
abarcan lo sutil y romántico, bienestar que se alcanza cuando uno se ve de
color dorado. El haz de sol es silencio, la música de la gota tiene sus
particularidades. Y dado el lugar donde se origina y el lugar donde cae, se
generan las variaciones tonales y rítmicas de su sonido. También depende de la
atención prestada a la misma, que puede generar desde un minúsculo “oh la
canilla pierde” a grandilocuentes manifestaciones de la obsesión. Esta
condición mental, tan ampliamente practicada desde los orígenes de la
humanidad, también tiene sus variantes, relacionadas directa e indirectamente
con las ganas y/o necesidades y/u ocupaciones de quien la padece. Tal es así
que, volviendo a la gota que nos concierne, puede ocurrir que ésta sea un
persistente revoloteo sónico que va y vuelve en la atmósfera con pequeñas
captaciones de nuestra parte. O ser un retintinear caprichoso que nos frunce el
ceño y quizá hasta despierte algún insulto o comentario malicioso contra las
bondades de la plomería moderna. O –porque disfrutamos lo extremo– alcanzar
la gloria de un taladrar insoportable que nos lleva a abrir y cerrar la canilla
y ajustarla hasta lo impensado, como si cerráramos las compuertas de una
represa pequeñita, luego ir a la caja de herramientas, tomar uno de sus
elementos que seguramente desconocemos para qué sirve y desarmar todo el
sistema acuífero de nuestro hogar para así despertar de la escena violenta
lamentando la posterior llamada al profesional del grifo. Puede existir un
último manotazo de ahogado –frase común que para la situación cae redonda- y
volver a revisar todos los chirimbolos pertinentes, sólo para confirmar que el
único conocido es el martillo y otro parecido a un martillo, y que además todos
están fabricados para personas con manos de gigante. Tanto canilla como cuerito
como llave de paso, riéndose y escupiéndonos en la cara la nula habilidad para borrarles
el paso del tiempo. Por eso decidimos mejor cerrar los ojos, mientras el
plomero amigo viene en camino y –porque nunca es tarde- en unas vacaciones momentáneas nos
imaginamos al borde de un arroyo, oyendo la música perfecta del agua correr a
nuestro lado mientras olemos pasto mojado tirados en la piedra.
lunes, 26 de marzo de 2012
martes, 20 de marzo de 2012
Postales
Podría sacar de mi memoria
las fragancias salvajes del río recién despierto,
los vientos que desperezan las ramas al son del verano
ardiente
Olvidar los jardines que florecen cuando la luna es amiga
Tiempos de lluvias arrancando de su letargo el cielo de
plomo
Podría tanto pero no
Y desnudo mis ojos para ver lo que más puedo
Abarcar con la mirada calurosa la completa instantánea
Absoluta pintura de un sol rabioso
Es y será
La llama única de vida que retiene el instante infinito
y lo mantiene vivo
tan vivo en la oscuridad.
lunes, 12 de marzo de 2012
Una nochecita de punk rock
Creo que hoy está prendida fuego- me dijo- y salió como una
loca a bailar al medio de la pista. Le seguí el paso y estábamos adolescentes
sacudiendo la cabeza en un twist moderno. Me divertía marearme con los juegos
de luces de todos colores y sentir que nos movíamos como en una pelota gigante.
Jugar a que nos sacaban fotos con los efectos de shock de la luz blanca, mezcla
extraña de boliche y pesadilla médica. Luego de un rato paramos para refrescar
el cuerpo y tropezar sobre los juegos de billar que tan concentrados tenían a
los hombres. Unas quejas, unos resoplidos, y nos alejamos a la calle agitando
las manos como las reinas de las carrozas primaverales, tirando besos y flores
imaginarias a toda la concurrencia. Definitivamente la llovizna vendrá bien por
un rato.
Caminamos con los zapatos en las manos por el empedrado y
cantamos en italiano; sonaba romántico aún inventando la letra que creíamos
tenía que ser. Siempre encontré
propicias para el amor las canciones en otras lenguas, incluso las inventadas
por uno mismo; tienen ese no sé qué hipnotizador de serpientes.
Hasta que dejó de cantar. Y me di cuenta hacia dónde íbamos.
La verdad es que prefiero seguir derecho en lugar de doblar a la izquierda.
Pero no hubo caso, cada vez empezó a caminar más rápido y tuve que ponerme los
zapatos para poder alcanzarla. Tengo los pies muy sensibles y sería un problema
pisar una cáscara de banana, ni qué decir un vidrio.
Vamos a tomar algo ya, por favor –realmente necesita un
trago, sí-.
Si no saco este diablo desaforado que me persigue no voy a
poder hacer nada –me contestó. Contundente. Como un bloque de cemento que cae
desde un piso veinte.
Y fuimos. Es decir, la seguí. A medida que avanzaba el
camino también crecían sus palabras. Yo seguía cantando para aliviar la
tensión; temía un poco por lo que iba a suceder, nunca se predice un alma en
pena. Así al llegar a su ventana sin ningún preludio ni público –excepto quien
escribe- lo que en algún momento fue una dulce balada italiana dio lugar
a la versión más descarnada y feroz del punk femenino, con lanzamiento de
objetos y otras particularidades incluidas. Yo le alcanzaba lo que encontraba
tirado para que sea arrojado, como una forma de solidarizarme. Hasta que el
huracán se volvió viento y volvió a respirar. Se dio vuelta y me miró aliviada,
las líneas negras del rimmel le dibujaban la cara a lo Picasso. Me tomó de la
mano y fuimos calle abajo. Miré hacia atrás y la luz de la ventana se había
encendido, una sombra nos miraba alejarnos; ahora sombra, antes hombre, antes
todo y nada, ahora tanto y nada, mañana será menos. Nos fuimos por la calle
haciendo pogo descalzas, mientras nos limpiábamos las lágrimas con los puños y
buscábamos un bar para descansar el alma y arreglarnos el pelo.
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