Esta vez sí me quedé sin palabras. Esta vez me quedé muda,
con los ojos bien abiertos con un poquito de agua. Me quedé sin palabras, sin resistencia,
con la boca abierta como una rana que no espera el chaparrón.
Y es que viniste con ese tu mundo, tan lleno de sonrisas y
claves de sol y paquetes de galletitas dulces hasta empalagar. Y me llenaste el
hueco ése que tenía vacío, que eran muchos huecos vacíos y sonaban con un eco
que se iba perdiendo lejos lejos hasta que lo escuchaban del otro lado del
mundo.
Yo no quería tanto. Yo no esperaba tanto. Yo no esperaba
nada, pero quizás todo, sí.
Desarmaste mi mundo de guerrera indecisa con tu andar de
saltimbanqui inteligente. Rompiste las barreras de sonido de mi fuerte
indestructible para construir la melodía de verano que día a día nos despierta.
Con la guitarra en las manos una vez cantaste tantas cosas
que ya no me acuerdo nada, sólo sé que me hipnotizaste como un encantador de
serpientes y luego me miraste, me miraste tan intensamente que supe que ya
podía tomarte de la mano siempre y no soltarte jamás, porque vos ya no ibas a
soltarme, jamás, e ibas a tomar también mi cuerpo y enseñarme que teníamos
tanto para aprender juntos.
Si tuviera que despertar una noche, elegiría siempre la
misma. La que nos mostró que la sorpresa es un invento del destino para
asegurarnos que nada está previsto, que todo es variable, viable, visible,
vivible.
Y te guardaría en el bolsillo de mi sobretodo, ése azul que
tanto te gusta, para que me digas todo lo que quiero oír en el momento del día
que yo lo desee, pero también para tenerte cerca en el momento del día que más
lo necesito, y así oler tu perfume o rozar tu piel de azúcar o mirar tus manos
cómplices tocar las mías.
Igual que esa primera vez que hoy sigue siendo
primera porque con vos todo es nuevo, todo brilla, todo es presente.
Es ahora, no antes, no después, es sabor, es sumar, es
siempre sí.
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