- Estoy con ataque de libertina hoy, así que no me importa
nada de nada.
La charla era telefónica, por lo cual la veracidad del
planteo no podía ser comprobada. Mi amiga Bere es una apasionada momentánea. Tiene
arranques de telenovela venezolana, pero esos arranques duran menos que la
tanda publicitaria.
- No me importa ni lo que diga la gente, ni lo que diga mi
familia, ni lo que diga yo misma, así que hoy desenfreno, libertad total de
acción. Voy a comer todo lo que se me antoje, voy a llamar a todo el que se me
de la gana –me atienda o no- , si quiero me emborracho, pinto la pared con
aerosol, y me rapo el pelo a cero.
- Quizá eso no sea tan aconsejable; de lo único que no te
podés arrepentir es de raparte. Por lo menos tres meses hasta que dejes de
parecer un clon de Sinnead O’Connor.
- Pero vos de qué lado estás? Igual no me importa lo que
digas, te repito, voy a hacer lo que quiera. Hoy no voy a usar la cabeza. Hoy –y
ojalá me dure- no me importa el papelón. Por eso voy a hacer todas esas
llamadas que no hice porque me quedé con la duda. Ahora por lo menos van a
tener un argumento por el cual no me llamaron más, capito?
- Está bien Don Corleone. Me alegra saber que si en algún
momento te cruzás con alguno de los infelices que vas a llamar más tarde, vas a
pasar por al lado con orgullo.
Aquí fue donde pensé en mi deber como amiga. Debo empujarla
al ridículo? A las acciones que vienen engrampadas con la frase posterior “ojalá
me trague una planta carnívora”? Tengo que prevenirla sobre su inconsciencia
infernal? O simplemente la dejo y que haga lo que quiera, contá conmigo,
etcétera? Después de todo, no me está pidiendo consejos. Libertad total de
acción.
- Tengo un vestido dorado muy ochentas, de esos medio
arrugados. Vos podrías usar el enterito de lunares flúo y salimos a tomar unos
tragos, esa es una buena opción.
De qué me sirvió la reflexión anterior? No sólo la estoy
empujando, sino que le estoy regalando un motor de Scania doble cabina conmigo
adentro.
- Y luego hacemos todas las llamadas a cualquier hora, como
anónimos. Y cantamos alguna de Valeria Lynch o los Enanitos Verdes, y les
rompemos bien las bolas a todos. Y después podemos ir con los aerosoles y
pintarles los autos tan aburridos que tienen, sobre todo a ese trío que no voy
a mencionar.
Qué me pasa? De repente amo el vandalismo?
- No, lo de los autos no, es un poco fuerte – dije un tanto
avergonzada de tanta sinceridad inútil.
- Me estás dando un poco de miedo – dijo Bere.
- Bueno, quedémonos hasta lo de las llamadas, por ahí en vez
de Valeria Lynch puede ser otra cosa, no sé. Alguna de mariachis?
- Me parece que mejor me voy a quedar acá pensando; con lo que
dijiste me doy cuenta que no me sirve de nada la venganza. Aparte el alcohol me
hace muy mal, vos sabés. Me hago un baño de crema, miro una película, así me
tranquilizo. Si cambio de opinión te llamo.
Tanto pensar en cómo debía aconsejarla y terminé descarrilada
en la autopista de mi propio libertinaje. Pero la emoción de Bere fue más corta
que la propaganda y no alcancé ni a ver los títulos. Sólo fui hasta el ropero,
me puse el vestido dorado y confirmé que el ridículo es mejor cuando se hace de
a dos.
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