Creo que hoy está prendida fuego- me dijo- y salió como una
loca a bailar al medio de la pista. Le seguí el paso y estábamos adolescentes
sacudiendo la cabeza en un twist moderno. Me divertía marearme con los juegos
de luces de todos colores y sentir que nos movíamos como en una pelota gigante.
Jugar a que nos sacaban fotos con los efectos de shock de la luz blanca, mezcla
extraña de boliche y pesadilla médica. Luego de un rato paramos para refrescar
el cuerpo y tropezar sobre los juegos de billar que tan concentrados tenían a
los hombres. Unas quejas, unos resoplidos, y nos alejamos a la calle agitando
las manos como las reinas de las carrozas primaverales, tirando besos y flores
imaginarias a toda la concurrencia. Definitivamente la llovizna vendrá bien por
un rato.
Caminamos con los zapatos en las manos por el empedrado y
cantamos en italiano; sonaba romántico aún inventando la letra que creíamos
tenía que ser. Siempre encontré
propicias para el amor las canciones en otras lenguas, incluso las inventadas
por uno mismo; tienen ese no sé qué hipnotizador de serpientes.
Hasta que dejó de cantar. Y me di cuenta hacia dónde íbamos.
La verdad es que prefiero seguir derecho en lugar de doblar a la izquierda.
Pero no hubo caso, cada vez empezó a caminar más rápido y tuve que ponerme los
zapatos para poder alcanzarla. Tengo los pies muy sensibles y sería un problema
pisar una cáscara de banana, ni qué decir un vidrio.
Vamos a tomar algo ya, por favor –realmente necesita un
trago, sí-.
Si no saco este diablo desaforado que me persigue no voy a
poder hacer nada –me contestó. Contundente. Como un bloque de cemento que cae
desde un piso veinte.
Y fuimos. Es decir, la seguí. A medida que avanzaba el
camino también crecían sus palabras. Yo seguía cantando para aliviar la
tensión; temía un poco por lo que iba a suceder, nunca se predice un alma en
pena. Así al llegar a su ventana sin ningún preludio ni público –excepto quien
escribe- lo que en algún momento fue una dulce balada italiana dio lugar
a la versión más descarnada y feroz del punk femenino, con lanzamiento de
objetos y otras particularidades incluidas. Yo le alcanzaba lo que encontraba
tirado para que sea arrojado, como una forma de solidarizarme. Hasta que el
huracán se volvió viento y volvió a respirar. Se dio vuelta y me miró aliviada,
las líneas negras del rimmel le dibujaban la cara a lo Picasso. Me tomó de la
mano y fuimos calle abajo. Miré hacia atrás y la luz de la ventana se había
encendido, una sombra nos miraba alejarnos; ahora sombra, antes hombre, antes
todo y nada, ahora tanto y nada, mañana será menos. Nos fuimos por la calle
haciendo pogo descalzas, mientras nos limpiábamos las lágrimas con los puños y
buscábamos un bar para descansar el alma y arreglarnos el pelo.
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