lunes, 12 de marzo de 2012

Una nochecita de punk rock


Creo que hoy está prendida fuego- me dijo- y salió como una loca a bailar al medio de la pista. Le seguí el paso y estábamos adolescentes sacudiendo la cabeza en un twist moderno. Me divertía marearme con los juegos de luces de todos colores y sentir que nos movíamos como en una pelota gigante. Jugar a que nos sacaban fotos con los efectos de shock de la luz blanca, mezcla extraña de boliche y pesadilla médica. Luego de un rato paramos para refrescar el cuerpo y tropezar sobre los juegos de billar que tan concentrados tenían a los hombres. Unas quejas, unos resoplidos, y nos alejamos a la calle agitando las manos como las reinas de las carrozas primaverales, tirando besos y flores imaginarias a toda la concurrencia. Definitivamente la llovizna vendrá bien por un rato.
Caminamos con los zapatos en las manos por el empedrado y cantamos en italiano; sonaba romántico aún inventando la letra que creíamos tenía que ser.  Siempre encontré propicias para el amor las canciones en otras lenguas, incluso las inventadas por uno mismo; tienen ese no sé qué hipnotizador de serpientes.
Hasta que dejó de cantar. Y me di cuenta hacia dónde íbamos. La verdad es que prefiero seguir derecho en lugar de doblar a la izquierda. Pero no hubo caso, cada vez empezó a caminar más rápido y tuve que ponerme los zapatos para poder alcanzarla. Tengo los pies muy sensibles y sería un problema pisar una cáscara de banana, ni qué decir un vidrio.
Vamos a tomar algo ya, por favor –realmente necesita un trago, sí-.
Si no saco este diablo desaforado que me persigue no voy a poder hacer nada –me contestó. Contundente. Como un bloque de cemento que cae desde un piso veinte.
Y fuimos. Es decir, la seguí. A medida que avanzaba el camino también crecían sus palabras. Yo seguía cantando para aliviar la tensión; temía un poco por lo que iba a suceder, nunca se predice un alma en pena. Así al llegar a su ventana sin ningún preludio ni público –excepto quien escribe- lo que en algún momento fue una dulce balada italiana dio lugar a la versión más descarnada y feroz del punk femenino, con lanzamiento de objetos y otras particularidades incluidas. Yo le alcanzaba lo que encontraba tirado para que sea arrojado, como una forma de solidarizarme. Hasta que el huracán se volvió viento y volvió a respirar. Se dio vuelta y me miró aliviada, las líneas negras del rimmel le dibujaban la cara a lo Picasso. Me tomó de la mano y fuimos calle abajo. Miré hacia atrás y la luz de la ventana se había encendido, una sombra nos miraba alejarnos; ahora sombra, antes hombre, antes todo y nada, ahora tanto y nada, mañana será menos. Nos fuimos por la calle haciendo pogo descalzas, mientras nos limpiábamos las lágrimas con los puños y buscábamos un bar para descansar el alma y arreglarnos el pelo.

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