- Si hay
algo que quisiera tener, algo con lo que me gustaría haber nacido, son los
pelos bien enrulados, tener un peinado estilo afro, vaporoso, casi casi un nido
de carancho.
Hubo un
momento donde todo se detuvo, como esos segundos previos a la gran catástrofe
de las películas de acción donde las cosas ocurren en cámara lenta y sin
sonido. Todo fue quietud, los secadores se callaron, las manos se quedaron
quietas, las tijeras pararon su poda. Yo miré a través del espejo hacia todos
lados y puedo afirmar que todas, absolutamente todas, me estaban mirando con
cara de esa misma catástrofe.
En esa secuencia confirmé mi poca eficacia para entablar conversaciones de peluquería y
lo distante que estaba de los gustos capilares femeninos.
Lo que
siguió después fue un parloterío digno de la más variada jaula de zoológico y
una lluvia de opiniones y consejos. Que estás totalmente loca, qué los rulos no
van, con la humedad en la que vivimos sería imposible ponerte una hebilla, que
no tenés sentido de la moda, entre otras cuestiones que aunque no me importasen
no dejaban de ser crueles.
En esta
época donde se libra una guerra total y abierta al rulo, donde la potencia
lacia quiere ganar cabezas aplastando la naturaleza del pelo como ha nacido,
qué puedo pedir?
Se me
acerca una joven con un turbante en la cabeza y me indica mostrándome una foto
de una Cleopatra moderna:
-
Ves?
El pelo siempre tendría que estar así, es un horror que se te ondule! Si no
parecés un perro caniche!
-
Bueno,
pero a juzgar por esta foto la otra opción es ser un perro afgano!
Me miró
unos segundos con odio mal disimulado, aunque creo que no entendió lo que le
dije, se dio la vuelta con la frente en alto y se fue taconeando hasta su
sillón.
-
Estás
muy equivocada –saltó una desde el fondo- sabés lo tremendo que es no poder
dominar el pelo? Que quieras peinarte linda y no puedas porque el cepillo no te
hace efecto? Mirarte al espejo y ver que tu pelo es cualquier cosa y que hace
lo que quiere? O que te digan cachavacha en la escuela o el trabajo? No entendés
nada!
Estaba al
borde de la histeria, roja por la tintura y por la bronca.
-
Lo
que no entiendo es por qué no aceptan el pelo como les salió! En vez de estar
haciéndose cosas todo el tiempo y vivir obsesionadas con algo que NO tienen ni
van a tener NUNCA!
Ouch. Ahora
sí estaba completamente fuera de lugar. Hasta mi peluquera con su mirada me
retó por sediciosa pro-bucle, por incitar al rompimiento de las normas lacias.
Menos mal que ya había terminado su trabajo, las consecuencias podrían haber
sido no menos que desastrosas.
Y ahora
eran esos segundos posteriores a la catástrofe, donde uno actúa como flotando,
sin escuchar y casi sin ver lo que ocurre alrededor, la pantomima de gestos y
brazos por los aires, el peligro de ser atacada por algún frasco volador, el pagar
rápido y huir para evitar más problemas.
Al irme, pensé en la frase común “no te hagas los rulos”, usado tanto para decirle a alguien que no se ilusione. Y comprendí que muy en el fondo, bien bien atrás en la bolsa de ruleros, el ideal del pelo lacio es el reflejo de una esperanza, un deseo escondido que tenemos las mujeres y por el cual haríamos cualquier cosa –literalmente cualquier cosa- por mantener vivo.
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